LO QUE LA PANDEMIA NOS DEJÓ.

LO QUE LA PANDEMIA NOS DEJÓ.

Por Kevin Dirienso Poter - @kevindpoter

El otro día, utilice mis historias de Instagram (@kevindpoter) para jugar un poco y que ese interactivo lúdico genere algo nuevo. En este caso, invite a las personas que ven mis historias que me propongan tópicos para escribir y de esa manera poder sorprenderlos (en el caso de que lean estas notas) con material que hayan propuesto. Una de las respuestas que llego a ese buzón compartido fue “reflexiones sociales: como la pandemia nos ha deshumanizado”. Acá va.

Los vestigios del Covid y Cía. no son solo médicos. La maldita pandemia y su ataque indiscriminado han minado las relaciones humanas, a tal punto de volvernos seres más ermitaños y con una clara tendencia al pánico social. Yo me incluyo en este grupo, pero hasta que punto nos ha deshumanizado el aislamiento social obligatorio…

Cuando parece que la normalidad, barbijo de por medio, vuelve a ser moneda corriente, empezamos a convivir con nuevos síntomas. La pandemia nos debilitó la capacidad de relacionarnos con el otro cara a cara. O media cara a cara, según el tapaboca de turno. Allí nos encontramos con nuevos síntomas que nos alejan del prójimo de una manera violenta y poco humana en términos normales. Las filas, la poca o nula capacidad de buena comunicación y ese stress constante volvieron pero elevados al cuadrado. Hay poca paciencia circulando por doquier y el mal estado de una sociedad de por sí dividida nos invitan a una guerra fría con él o la otra constantemente. Correte vos que me toca a mí es lo que hoy pasa y que parece haberse incrementado luego de un año y pico de encierro, miedo y desconfianza.

Capaz es una sensación muy propia, pero siento que ahora se maneja más rápido, que el vendedor no tiene paciencia y no quiere tenerla tampoco y que la deshumanización actuó como corrosivo hasta en los más mínimos detalles. Sin ir más lejos, el otro día fui junto a mi compañera, a comprar algo a una librería. No teníamos ganas de comprar por Internet. Teníamos la necesidad de ir a un local, interactuar con otro humano y elegir en vivo y en directo (como antes,  como siempre) el producto en cuestión. Como la nueva normalidad lo implica, hicimos la fila, seguimos el protocolo: Alcohol en gel, tapabocas bien ubicados y adentro. Una vez allí, un muchacho de unos treinta años ya nos recibió con pocas pulgas y antes del “hola, buenas tardes, bienvenidos, etc.” fue un seco y asqueroso “que quieren”. Comprar algo queremos (pensamos al mismo tiempo) y ante la sorpresa del recibimiento contestamos “estamos buscando tal cosa…”. El feedback desde el inicio no fue el mejor, pero la respuesta ante nuestro requerimiento fue “Y fíjense en la vidriera y me dicen”. Automáticamente nos miramos y sin decirnos nada contestamos “dale gracias” y salimos atónitos del lugar.

La frialdad, la poca capacidad de atención y la manera casi indescriptible del trato me hicieron pensar que hasta los vendedores han cambiado. Lo que antes era placentero ahora es una invitación al desastre. La pandemia nos transformó todo y ahora es más saludable comprar mediante una pantalla sin la necesidad de lidiar con otro humano. No importa si ves o tocas lo que compras, solo importa no cruzarte con las energías de ese otro, que al igual que vos sufre el día a día cruzándose con humanos una y otra vez.

Lejos de querer ser conspirativo con esa teoría de que el encierro es algo armado y etc., etc. Creo que hay algo que nos pasó y que ha mutado nuestras características de sociabilidad, transformándonos en seres irritantes, poco pacientes y en constante estado de ebullición. Di ese ejemplo pero tengo otros y en mi día a día encuentro más y más. Sin ir más lejos en mi laburo 11 de cada 10 personas necesitan, tienen o están buscando licencia psiquiátrica para no ir presencialmente a la oficina. Volver a la presencialidad, lejos de ponernos felices nos tumbó emocionalmente, haciendo del laburo un castigo y del castigo la acción con la que debemos lidiar para pagar las cuentas.

Así vamos, malabareando con una gran bola de nieve que parece hacerse más y más enorme. Pese a todo, lo que la pandemia nos dejó, son nuevos modos de comunicarnos. El QR reemplazo al mano en mano y el barbijo nos tapo no solo la mitad de la cara. Las relaciones parecen más seguras, confiables y confortables a través de los dispositivos móviles y el bullicio del conglomerado de gente en un solo lugar no parece tan grato como antes. Todxs (o casi todxs) en las grandes ciudades buscamos más de un metro cuadrado de verde a nuestro alrededor y esa gran jaula que forman los grises armatoste de cemento ya no nos apetece.

La pandemia termino. ¿La pandemia termino? Porque pareciera no haberse ido. Estar ahí, dejar rastros indomables en la psiquis de cada ser humano que la padeció de alguna u otra forma. Ya nada volverá a ser lo mismo dicen algunos. Hay cambios que llegaron para quedarse afirman otros. Pero mientras tanto me detengo a pensar en lo deshumanizados que estamos. Debemos reencontrarnos, ahí a mitad de camino, para volver a ser, al menos por un rato, seres humanos.